La esperanza
“Mientras hay vida, hay esperanza”. Este dicho popular refleja la importancia que tiene la esperanza para los seres humanos. Ésta es como la llama que nos ayuda a mantenernos vivos en los momentos más difícilies. Como la proverbial luz al final del túnel, la esperanza nos anima a seguir luchando, a no darnos por vencidos. Permite que nos mantengamos de pie emocionalmente cuando las circunstan-cias podrían derrumbarnos.
La esperanza tiene dimensiones tanto espirituales como psicológicas. Espiritualmente, la esperanza tiene que ver con la fe, con creer y tener confianza en algo, aunque no lo veamos. Desde el punto de vista de la Psicología, la esperanza se relaciona con las metas y el sentido de agencia personal. Se define como un conjunto de ideas y creencias que nos ayudan a encontrar caminos para alcanzar nuestras metas y nos dan confianza en que tenemos la capacidad para lograrlas.
En los últimos años se han hecho muchas investi- gaciones sobre el papel de la esperanza en nuestras vidas. Uno de los investigadores más importantes fue C.R Snyder, de la Universidad de Kansas, EUA. Sus estudios han encontrado que, por ejemplo, los estudiantes que tienen niveles más altos de esperanza tienen mejor desempeño en la escuela, desde los niños pequeños hasta los alumnos de bachillerato (Snyder, Hoza et al. 1997; Snyder, Harris et al. 1991), Las investigaciones de Snyder y su equipo han revelado que los estudiantes universitarios
que se sienten esperanzados en el primer semestre de su carrera tienen muchas más probabilidades de terminarla, independientemente de su nivel de inteligencia y de sus calificaciones en los exámenes (Rand y Cheavens, 2009). Por esto, hoy en día se están implementando programas para promover la esperanza entre los estudiantes de alto riesgo académico algunas escuelas y universidades.
La esperanza tiene efectos similares entre los de- portistas: se ha visto que el nivel de esperanza de los atletas explica más de la mitad de su éxito en la pista. Incluso, en algunos casos, puede jugar un papel más importante que su habilidad natural para ese deporte (Curry, Snyder et al.1997).
Los altos niveles de esperanza se relacionan con una mejor salud física y mental
Tal vez usted dirá, “bueno, yo no soy un deportista profesional y hace muchos años que terminé la escuela…” Espere, hay más: la esperaza se relaciona con muchos otros aspectos de nuestra vida, entre ellos la salud física y mental. Se ha visto que la gente que tiene altos niveles de esperanza tiende a manejar mejor las enfermedades, porque se informa mejor sobre su padecimiento y se compromete más con el tratamiento y la prevención de éstas (Snyder, Feldman et al. 2000).
Los investigadores también han encontrado que la esperanza influye sobre la recuperación de los enfermos, en casos de personas que han sufrido quemaduras, que tienen artritis, fibromialgia y lesiones de la columna. Parece ser que las personas con mayores niveles de esperanza tienen más capacidad para tolerar el dolor (Rand y Cheavens, 2009).
En cuanto a la salud psicológica, sabemos que el alcanzar metas nos hace sentir bien, lo que explica que las personas con más esperanza generalmente están más contentas y experimentan emociones positivas, ya que la esperanza les ayuda a establecer y lograr lo que se proponen.
Las investigaciones revelan que las personas con más esperanza tienen menores índices de depresión y se sienten más satisfechos con su vida, tanto si se trata de jóvenes como de ancianos. También se ha visto que la esperanza nos ayuda a manejar el estrés. Un aspecto especialmente interesante de la esperanza es que se asocia fuertemente con el sentido de la vida, con creer que nuestra vida tiene significado y propósito. (Rand y Cheavens, 2009). Las personas que tienen altos niveles de esperanza tienden a conectarse mejor con los demás, pues les interesan no sólo sus propias metas, sino las de las otras personas y son más capaces de considerar diferentes perspectivas o puntos de vista.
¿Cómo desarrollamos la esperanza?
Los investigadores han observado que la esperanza empieza en la infancia y su desarrollo se basa en que el niño tenga una relación segura con un adulto que lo cuide y lo apoye. Pero como adultos también podemos hacer cosas para cultivar la esperanza en nuestras vidas.
Un ejercicio útil es visualizar nuestras metas con claridad y lujo de detalle. Imaginarnos qué queremos lograr y permitirnos imaginar el mejor resultado posible. Una vez que tengamos clara cómo sería alcanzar esa meta (dónde estaríamos, con quién, haciendo exactamente qué), podemos hacer una lluvia de ideas sobre qué hacer para alcanzarla, aunque algunas puedan parecer descabelladas, inicialmente podemos anotar todas y después ir afinando la lista. La idea es tener claro a dónde queremos llegar y ponernos en contacto con los recursos que tenemos para hacerlo. No se trata simplemente de visualizar algo bueno y que esto se de mágicamente, sino de activar nuestros propios recursos para movilizarnos en la dirección deseada.
La Dra. Barbara Fredrickson, una de las principales investigadoras de las emociones positivas, en su libro Vida Positiva (2009) nos invita a responder las siguientes preguntas:
• ¿Cuándo me he sentido optimista, esperanzado de que las cosas saldrán bien?
• ¿En qué ocasión he temido lo peor pero he logrado creer que las cosas cambiarían para bien?
• ¿Cúando he recurrido a mi inventiva para dar pasos que me acercaran a un futuro mejor?
Podemos responder a estas preguntas por escrito y observar qué recuerdos, imágenes o símbolos nos vienen a la mente. Después podemos hacer un “portafolio de esperanza”: escoger fotos o recortes de revista que para nosotros se relacionen con la esperanza y ponerlos en un álbum o en una cajita especial. O –si somos muy modernos- poner estas imágenes como guardapantallas en nuestro ordenador o en el móvil para verlas frecuentemente. Podemos incluir objetos o frases célebres que nos motiven a sentirnos esperanzados. Por ejemplo, si para nosotros el color verde representa la espe- ranza, podemos incluir una piedra verde; o si la ocasión en que la esperanza nos fue más útil fue durante una hospitalización, podemos poner la pulsera que llévabamos en la muñeca en el sanatorio; o si nuestra abuela fue la persona que nos enseñó a tener fe, agregar una foto de ella. Esta colección puede ser una especie de cofre de tesoros que abramos de manera recurrente para nutrir la esperanza en nuestra vida cotidiana.
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